En el año 2022, el consumo de electricidad en la República Dominicana estuvo dominado en gran medida por los combustibles fósiles, que representaron cerca del 86% de la generación eléctrica total. Dentro de este grupo, el gas fue la fuente principal, aportando aproximadamente un 38%, seguida por el carbón con casi un 28%. En contraste, la electricidad baja en carbono constituyó alrededor del 14% del total. En este grupo, la energía eólica tuvo un papel importante con un poco más del 6%, mientras que la energía hidroeléctrica y la solar contribuyeron con alrededor del 5% y 3%, respectivamente. Esta distribución refleja una fuerte dependencia de fuentes fósiles, pese a las crecientes preocupaciones sobre el cambio climático y la contaminación.
Para aumentar la generación de electricidad baja en carbono, la República Dominicana podría seguir el ejemplo de varios países que han logrado integrar exitosamente tecnologías limpias en su matriz energética. Por ejemplo, Uruguay, un país con condiciones geográficas y desafíos similares, genera casi un 36% de su electricidad a partir del viento. Además, Grecia, con un 22% de su electricidad proveniente de energía solar, demuestra el potencial de la solar en regiones soleadas. La República Dominicana podría duplicar sus esfuerzos en energía solar y eólica, además de considerar la adopción de tecnología nuclear, que ha sido efectiva en países como Francia y Ucrania, donde representa más de la mitad de su electricidad, para asegurar una fuente estable y consistente de energía limpia.
La historia de la electricidad baja en carbono en la República Dominicana ha tenido altibajos significativos, particularmente en el sector hidroeléctrico. En los años 70 y 80, la producción hidroeléctrica mostró fluctuaciones con incrementos en algunos años, como en 1981 y 1985, y caídas significativas en otros, sobre todo en 1989. En los últimos años, desde el 2000 hasta fechas recientes, la producción hidroeléctrica siguió un patrón similar de altibajos, mientras que la generación eólica comenzó a mostrar incrementos desde el 2020. Esto indica un potencial para diversificar y estabilizar la generación baja en carbono mediante el fortalecimiento de tecnologías eólicas y solares, aprendiendo de las experiencias pasadas para así reducir la dependencia de fuentes fósiles y avanzar hacia un futuro más sostenible.