En el año 2022, la situación de consumo energético en Nueva Caledonia se caracteriza principalmente por una alta dependencia de los combustibles fósiles, que representan más de las tres cuartas partes del consumo total de electricidad, con el carbón siendo una fuente clave que contribuye casi la mitad. En contraste, las fuentes de energía baja en carbono, como la energía hidroeléctrica, solar y eólica, juntas constituyen poco menos de una quinta parte de la generación de electricidad, con la energía hidroeléctrica representando un poco menos del diez por ciento, la solar cerca del siete por ciento, y la eólica alrededor del dos por ciento. Esta combinación muestra que hay una marcada dependencia en fuentes no sostenibles, lo que subraya la necesidad de una transición hacia fuentes más limpias.
Para que Nueva Caledonia incremente su generación de electricidad baja en carbono, puede aprender de países como Dinamarca y Uruguay, que han tenido éxito gracias a su inversión en energía eólica. Por ejemplo, Dinamarca genera cerca de las tres quintas partes de su electricidad a partir del viento. Además, el enfoque en la energía solar también podría potenciarse, tomando inspiración de países como Grecia y Chile, donde la aportación solar representa más de una quinta parte del total. Aunque Nueva Caledonia no tiene una base de energía nuclear en la actualidad, observar el éxito de Francia, donde la energía nuclear forma dos terceras partes de la producción eléctrica, podría inspirar un estudio de viabilidad sobre el potencial de esta fuente para diversificar su matriz energética de manera más efectiva.
Al revisar la historia de la electricidad baja en carbono en Nueva Caledonia, se ve una serie de fluctuaciones en la producción de energía hidroeléctrica desde principios de la década de 2000, con incrementos y descensos ocasionales pero sin un cambio neto significativo. En 2013, se observó un aumento notable en la generación hidroeléctrica, seguido por una caída sustancial en 2014. La incorporación de energía solar comenzó a hacerse notar en 2019 con un ligero aporte, aunque el progreso en años subsecuentes ha sido estancado, sin aumentos adicionales reportados en 2020 y 2021. Estas tendencias históricas destacan el potencial de crecimiento de las energías bajas en carbono si se priorizan adecuadamente y con el apoyo necesario para expandir su capacidad instalada.