Suecia ha logrado un notable avance al obtener más del 96% de su electricidad de fuentes bajas en carbono en el año 2024. Esto es gracias a la combinación de casi un 40% de energía hidroeléctrica, cerca de un 30% de energía nuclear, y aproximadamente un 25% de energía eólica. La energía solar, aunque todavía representa una pequeña fracción del total con un poco más del 1%, complementa el portafolio de electricidad limpia del país. Además, Suecia desempeña un papel crucial en la región como un importante exportador neto de electricidad, lo que ayuda a reducir las emisiones en los países vecinos. A medida que el país avanza hacia electrificar otros sectores como el transporte, la calefacción y la industria, la demanda de electricidad aumentará significativamente, presentando tanto desafíos como oportunidades para expandir la generación de electricidad baja en carbono.
Para incrementar la generación baja en carbono, Suecia puede centrarse en expandir sus capacidades de energía nuclear y eólica, dado que ya demuestran ser pilares importantes de su sistema eléctrico. La ampliación de las plantas nucleares existentes no solo reforzaría la estabilidad y sostenibilidad del suministro eléctrico nacional, sino que también proporcionaría una solución eficaz ante la variabilidad de las fuentes eólicas y solares. Además, el viento sigue siendo un recurso prometedor con un potencial abundante y poco explotado que podría incrementarse de manera significativa. Combinando estas estrategias, Suecia no solo satisfacería su propia creciente demanda de electricidad, sino que también ampliaría su capacidad de exportación, contribuyendo todavía más a la descarbonización regional.
Mirando hacia atrás en la historia de la electricidad baja en carbono en Suecia, se pueden identificar algunos patrones significativos. En la década de 1980, la generación nuclear experimentó un notable aumento, contribuyendo en gran medida al crecimiento del sector de electricidad limpia. Sin embargo, durante los años 1990 y principios de 2000, hubo fluctuaciones significativas tanto en la energía hidroeléctrica como en la nuclear. El más preocupante fue la considerable disminución de producción nuclear en 1992 y el año 2000, que debe evaluarse críticamente dado el impacto que tendría en cualquier transición energética hacia un sistema limpio. No obstante, se registraron incrementos sustanciales en la producción nuclear en 2001, compensando parcialmente estas caídas. En las últimas décadas, la atención parece haber girado nuevamente hacia consolidar y expandir la capacidad de generación baja en carbono, en especial con pequeños incrementos en energía hidroeléctrica para satisfacer la demanda interna y externa.