En 2022, el consumo de electricidad en Antigua y Barbuda dependió abrumadoramente de los combustibles fósiles, con más del 90% de la energía eléctrica proveniente de estas fuentes. La electricidad baja en carbono representó una pequeña fracción del suministro, alrededor del 6%, siendo la energía solar la única contribuyente dentro de este grupo. Esta dependencia tan significativa de los combustibles fósiles no solo implica un fuerte impacto ambiental en términos de emisiones de carbono sino que también deja al país vulnerable a variaciones en los precios de los combustibles fósiles en el mercado internacional.
Para aumentar la generación de electricidad baja en carbono, Antigua y Barbuda podría aprender de otros países exitosos en este ámbito. Por ejemplo, Uruguay ha logrado que el 33% de su electricidad provenga de energía eólica. Este enfoque hacia la energía eólica podría ser viable para Antigua y Barbuda, considerando su entorno caribeño con potencial para vientos constantes. Asimismo, países como Chipre y Australia, que generan entre el 19% y el 22% de su electricidad a partir de energía solar, pueden ofrecer estrategias y tecnologías que se adapten a las condiciones climáticas de Antigua y Barbuda. La exploración de opciones nucleares, aunque más compleja, también podría ser un camino a largo plazo hacia la independencia energética y la sostenibilidad.
La historia de la electricidad baja en carbono en Antigua y Barbuda ha mostrado poca evolución en los últimos años. Desde 2015 hasta 2022, la contribución de la energía solar a la generación eléctrica no ha mostrado ningún cambio significativo, manteniéndose en cero. Este estancamiento resalta la necesidad urgente de desarrollar políticas y proyectos que impulsen la inversión y expansión en fuentes de energía limpias. Aprender de las experiencias exitosas de otros países no solo puede acelerar este proceso, sino también preparar a Antigua y Barbuda para un futuro más sostenible y resiliente.