En 2022, el consumo de electricidad en Afganistán se caracterizó por una dependencia significativa de importaciones netas que alcanzaron casi 5,9 TWh. En cuanto a la generación local, la proporción de electricidad baja en carbono fue notablemente baja, mientras que una parte considerable provino de combustibles fósiles. Si comparamos el consumo per cápita de Afganistán con el promedio global, que es de aproximadamente 3606 vatios por persona, está claro que Afganistán utiliza mucho menos de esta media mundial. Esta baja disponibilidad de electricidad no solo limita el desarrollo económico y social en el país, sino que también significa que la gente enfrenta desafíos sustanciales en el acceso a servicios básicos como la educación y la atención médica, exacerbando las desigualdades.
Para aumentar la generación de electricidad baja en carbono, Afganistán podría aprender de los éxitos de varios países. Por ejemplo, China ha implementado estrategias efectivas para potenciar su capacidad eólica y solar, generando alrededor de 950 TWh a partir de la energía eólica y 653 TWh de la solar. Otro ejemplo clave es Francia, que ha avanzado en la generación eléctrica mediante energía nuclear, produciendo unos 350 TWh. Países como India han logrado avances considerables tanto en energía solar como eólica, generando 125 TWh y 92 TWh respectivamente. Adoptar políticas de estímulo a la inversión en energía eólica y solar, e incluso evaluar la viabilidad del desarrollo nuclear, podría ser muy beneficioso para Afganistán no solo reduciendo su dependencia de importaciones, sino también aumentando su resiliencia energética.
La historia de generación de electricidad baja en carbono en Afganistán ha estado marcada principalmente por la energía hidroeléctrica, aunque ha experimentado fluctuaciones a lo largo de los años. Desde la década de 1990, hubo leves disminuciones intermitentes en la producción hidroeléctrica como en 1991 y 1992, pero también pequeños incrementos positivos a comienzos de los años 2000, como en 2001 y 2002. Más recientemente, durante la década de 2010, la producción de energía hidroeléctrica sufrió tanto aumentos como disminuciones, mostrando una cierta inestabilidad. Estas variaciones indican la necesidad de diversificar las fuentes de generación de electricidad baja en carbono y buscar tecnologías más estables como la solar y la eólica, que podrían ofrecer un camino más seguro hacia la autosuficiencia energética.